El origen de la Semana Santa de Sevilla es realmente incierto. Generalmente, se toma como referencia el año 1521, gracias a una de las familias más relevantes de la ciudad, Fernández de Ribera, cuando se establece un Vía Crucis al templete, aún en pie hoy día, en el denominado “Cruz del Campo”.
Podríamos afirmar que el concepto de Semana Santa surge de la fusión de varias corrientes presentes con anterioridad a la fecha anteriormente citada. A mediados del S.XIV, surge una de las primeras hermandades de penitencia que siguen activas en la actualidad, la Hermandad de los Primitivos Nazarenos de Sevilla. Igualmente, surgen otras cofradías de minorías étnicas, muy presentes en el S.XV, como la de los negros, también presente hoy en día. Asimismo, surgen otras vinculadas a las organizaciones gremiales como la de los carreteros (Hdad de la Carretería). La existencia cada vez mayor de cada uno de estos tipos de cofradías fue, poco a poco, aglutinando un conjunto de procesiones que darán lugar a lo que hoy conocemos como Semana Santa.
El centro geográfico del proceso es la Catedral de Santa María de la Sede (Catedral de Sevilla). Desde el año 1604, gracias a una instrucción del Arzobispo Niño de Guevara, se obliga a todas las hermandades a realizar estación de penitencia hasta el altar mayor de la catedral, exceptuando las del periférico barrio de Triana que tendrían que realizar dicha estación hasta la iglesia mayor del arrabal, Santa Ana. Igualmente, en este período tiene lugar uno de los hechos más relevantes en la historia religiosa de la ciudad. En 1613, se establece por primera vez en la cristiandad el mito de la Inmaculada Concepción de María. Esto conlleva un cambio radical tanto en las estaciones de penitencia como en la representación estética de las mismas, con unas repercusiones que duran hasta la actualidad.
Evidentemente, a lo largo de la historia, la ciudad nunca ha sido impermeable a los cambios que sucedían en su entorno. De este modo, la ruptura de la unidad religiosa a inicios del siglo XVI en Europa Occidental, así como el impulso dado por parte de la Iglesia católica para reforzar su dominio, en una corriente que se conoce como Contrarreforma, repercutirán de manera clave en la estética de las imágenes, hasta entonces secundaria, que procesionan por la ciudad.
En este sentido, la época de mayor producción imaginera se corresponde con los siglos XVI-XVII. Es en esta época, conocida como Barroco, cuando se esculpen algunas de las imágenes más representativas de la Semana Santa sevillana. En breve espacio de tiempo se concentrarán en la ciudad figuras de la talla de Martínez Montañés (Cristo de Pasión), su discípulo Juan de Mesa (Gran Poder) o el taller en torno a la familia Roldán, al que se le atribuye, en particular a su hija la confección de la Macarena. Se caracteriza este estilo imaginero sevillano por el gusto por la belleza, la armonía y la cercanía a la manera más clásica.
Posteriormente, en el primer tercio del siglo XX se produce otra revolución estética con la obra del imaginero Antonio Castillo-Lastrucci quién realiza un trabajo con un gran número de producciones y gracias a la cual se establece el modelo actual de los pasos de misterio presentes en la actualidad.